Puestos a compartir, que sean sonrisas.

martes, 12 de marzo de 2013

Por un masaje en la espalda.

Fue extraño. Creí verte hoy. Bueno, más bien, creí sentirte hoy. Los dedos presionando suavemente en mi espalda, acariciando mi nuca, apartando mi pelo hacia mis hombros desnudos. Entonces te miré y creí verte. Pero en sus ojos no estabas tú. Te sonreí igualmente, por si podías verme a través de sus pupilas.
He de confesar que también sonreí al ver sus pecas y darme cuenta de que no eras quien me miraba.

Se deslizaron por mi cuello, hablo de sus dedos, y rodearon mi garganta de una forma extraña, sin ahogarme. Noté cómo sus dedos jugaban detrás de mí, y cómo un peso comenzaba a ceder: me había desabrochado mi colgante, mi llamador de Ángel y quedé desnuda, sin aditivos, sin nadie, en los dedos de alguien.
Y, ¿sabes? Era suave.

Como un niño pequeño, jugueteó con la esfera y escuchó su sonido.
-Es bonito, ¿verdad?


La vieron dedicar su sonrisa más tierna al aire. Quién sabe qué fue lo que vio antes de volver a cerrar los ojos para dejarse querer un poquito.

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