Puestos a compartir, que sean sonrisas.

jueves, 2 de mayo de 2013

Las has devuelto a la vida

Sabía con certeza que en algún momento volvería a escuchar esas dos palabras, pero no sabía cuándo ni de quién... Ni sabía que pudiera ser tan perfecto.
En esa semioscuridad, de sombras que se intuyen... Pero tu sonrisa no la intuía. Tu sonrisa podía verla clara, sincera, tuya. La de verdad.
Fue en un susurro, tan suave...
Recuerdo la sensación.
Se deslizó por mis oídos, sinuosamente, a la vez que el movimiento de esos labios eran captados por mis ojos. Aún guardo la imagen en mi retina, como un sueño de materia onírica. Unos segundos hasta que mi cerebro se dio cuenta de lo que realmente pasaba. Recuerdo los eslabones de las pesadas cadenas convirtiéndose en plumas, cediendo el peso, deshaciéndose en el aire. De arriba a abajo, por cada poro de la piel de mi cuello, pero también por lo más profundo de mi garganta. Como una pequeña descarga de caricias. Bajó por el pecho. Primer cosquilleo; definitivamente mis libélulas estaban despiertas desde hace ya tiempo, no eran ilusiones mías.
Como una onda, la sensación se expandió al resto de mi cuerpo, vientre y extremidades. 

Después recuerdo el tacto de sus labios y una cálida oscuridad.

Y se volvió a repetir. Esas dos palabras.

Entonces me di cuenta. Las libélulas habían echado a volar...


Amar y entregarse sin miedo. Creo que es la mejor sensación del mundo, cuando olvidas las heridas y vuelves a sentir tu vida latiendo en tu pecho, libre de cicatrices, preparado para darlo todo otra vez...
Tanta felicidad, por ti, por mí, por un nuevo Nosotros, que brotó libre de debajo de mis párpados. 

Has hecho que esta libélula vuelva a surcar el cielo...
Un nuevo Cielo. 


El Nuestro.



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